Me
estoy dando cuenta de que en estos días me siento especialmente sensible ante algunas
cosas que me rodean... aquí os dejo un texto de reflexión.
Escuchar contar historias, vivencias y sucesos pasados en los que uno mismo
se presenta como protagonista destacado, es un placer... mientras uno habla
apasionadamente de su vida ya lejana, yo escucho con atención, aprendo. Aprovecho
ese instante para empaparme bien de la belleza del relato que se explica con
ingenio… con músculo… con el corazón… a veces sólo pretende distraer y
transportar a un tiempo pasado… ése que yo no he conocido y que me gusta
conocer.. ése que no he vivido y me gusta vivir… una y mil veces si hace falta.
Los
jóvenes (y no tan jóvenes) caemos en la tentación de pensar que contar episodios
peregrinos o de repetirlos es algo que te ocurre en la vejez y que no deja de
ser un “coñazo”... pero a mi me fascina pensar que, en el fondo, disfruta
reviviéndolos, es su vida, a veces, amena, otras sabia, otras sorprendente,
otras geniales… otras de prodigiosa memoria… No todo el mundo tiene un pasado
de cine, yo la primera de la lista, pero, precisamente, los mayores de hoy son
protagonistas de episodios de la vida de antaño tan reales que, a veces,
superan la ficción.
Es una pena que los jóvenes (y no tan
jóvenes) se pierdan tanta riqueza, tanta emoción, tanto glamour en directo, por
fiarse de una etiqueta equivocada... ellos han sido, son y serán siempre interesantes.
No pertenezco
al club “veteranos no pintáis nada”. No renunciéis nunca a vuestro derecho
intangible de hablar (y de ser escuchados).
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